Ricardo Aldrey: «Jamás olvidaré la llamada de Antonio Díaz Miguel para jugar con España»

Ignacio Javier Calvo Ríos
NASO CALVO LA VOZ / SANTIAGO

SANTIAGO

CESAR TOIMIL

«Es un lujo contar con Moncho Fernández, Gonzalo y Víctor en el banquillo del Obradoiro», subraya el exjugador de baloncesto

24 abr 2024 . Actualizado a las 20:45 h.

Ricardo Aldrey Rey (Santiago de Compostela, 1965) comenzó su larga trayectoria deportiva en las categorías inferiores del Obradoiro. Desde muy pequeño sintió una gran pasión por el deporte de la canasta, aunque en edad infantil también jugó al fútbol en la base del Compos. Recuerda varios ascensos en su carrera y el salto al primer equipo del Obra. Luego hizo las maletas y se fue a triunfar a Ferrol, en el desaparecido OAR. Allí fueron los momentos más brillantes de su baloncesto. Compostelano de los pies a la cabeza, también se siente un poco ferrolano. Acabó su etapa como jugador en el Porriño, en la LEB Plata. Asegura que le debe mucho a Ferrol y que jamás olvidará la llamada de Antonio Díaz Miguel para jugar con España. Disputó casi 300 partidos en la ACB.

—¿Sus mejores recuerdos?

—Tengo un cariño especial a mis inicios en el minibasket con el Obradoiro. Fuimos campeones gallegos. Luego, en la etapa júnior fui al Campeonato de España, con Julio Bernárdez de entrenador, cuando solo participaban ocho equipos. Por supuesto, el ascenso del Obra a Primera B, en Córdoba, y el del OAR a la ACB en mi primer año en Ferrol.

—¿Fue o no fue usted internacional con España?

—La verdad es que no fui internacional, pero sí jugué una vez con España. Tenía 21 años y estaba en Primera B cuando me llamó Antonio Díaz Miguel para la selección absoluta. Jamás olvidaré ese día. En las estadísticas no figura como un partido internacional porque fue ante el Joventut y no contra una selección. Era algo insólito ver a un jugador de Primera B en la selección, en un equipo en el que debutaban también un jovencísimo Pablo Laso y Manuel Aller y en el que estaban Epi, Sibilio y Romay. Fue extraordinario.

—Prefirió el baloncesto antes que el fútbol.

—Jugué algo al fútbol porque me gustaba practicar todo tipo de deporte. Pero cuando llegó el Obradoiro a Santiago me quedé impregnado por ese gran sentimiento. En mi vida apareció Pepe Casal y es posible que si no se hubiese cruzado en mi camino no hubiese sido jugador de baloncesto. Era juvenil y el Obra estaba en Primera B con muchos problemas económicos. Empezamos a jugar varios júniores en el primer equipo y así empecé a entrar. Eso lo cambió todo, porque es posible que hubiese dejado el baloncesto un poco de lado.

—¿Se imaginó en algún momento que el Obradoiro pudiese estar tantas temporadas en la ACB?

—Cuando le dieron la plaza al equipo fue un subidón para todos los obradoiristas. Es un lujo contar con Moncho, Gonzalo y Víctor en el banquillo, tantos años al frente de este equipo. Pase lo que pase ya son historia del deporte compostelano. Rompieron todos los moldes, no solo en Santiago y en Galicia, sino en España. Pasarán a la historia de la ACB. Es un privilegio seguir disfrutando del baloncesto de élite en Santiago, para la ciudad y para Galicia. Me siento muy orgulloso del Obradoiro.

—¿Es un milagro pelearse cada fin de semana con grandes presupuestos y gigantescas plantillas?

—Detrás de todo esto hay un gran trabajo. Un equipo técnico excepcional, con Mateo, Moncho y sus ayudantes. Hay que tener muy bien controladas todas las competiciones y el mercado. El Obra se ganó durante estos últimos años un gran respeto. Es un club muy querido por los jugadores, que saben que aquí en Sar pueden progresar y crecer. Es increíble el trabajo que se hace con los pívots que se forman en Santiago. Los jugadores jóvenes saben que vienen a trabajar duro, pero que las posibilidades de mejorar son enormes. El equipo tiene que reinventarse cada año porque el presupuesto es el que es. Está claro que el presupuesto te limita mucho los fichajes, pero los resultados están a la vista de todo el mundo.

—¿Cómo recuerda su adiós en el OAR Ferrol?

—Fue bastante traumático. En Ferrol disfruté muchísimo, pues llegué a un equipo muy diferente en su estructura al Obradoiro. Ascendimos a la ACB en mi primera temporada, pero después de varios años el OAR desapareció. Fue todo muy rápido. Una gran sorpresa. Recuerdo que estaba de vacaciones en Tenerife con mi familia y recibí una llamada diciéndome que el club no salía. Para mí fue muy duro, porque el año anterior había firmado un contrato de por vida para seguir como entrenador en el club. No quedó más remedio que hacer las maletas y arrancar. De Tenerife ya no regresé a Ferrol. Me fui a firmar con el Girona.

—¿Que le dio Ferrol para no regresar a Santiago?

—La oportunidad de ir a un club importante, con una gran estructura. Lo teníamos todo, un pabellón mañana y tarde para nosotros, una gran masa social, 400 niños en la base. Ferrol me dio la posibilidad de ser un jugador importante en la ACB. Es mi segunda casa, pero nada se puede comparar con Santiago. En Ferrol siempre me trataron de forma extraordinaria. Me considero uno más, me siento muy querido, pero soy compostelano. La tierra siempre tira.

—¿Siempre estuvo ligado al baloncesto?

—Sí, el baloncesto siempre estuvo muy presente en mi vida. Estudié enfermería y me puse a trabajar en una clínica, que es lo que hago ahora por las mañanas. Por las tardes llevo cinco temporadas coordinando la base del Universitario de Ferrol, aunque antes estuve como técnico en otros equipos. También soy concejal en Ferrol, en la oposición, no soy profesional de la política. Es posible que si hubiésemos gobernado me tocaría ser concejal de Deportes.

—¿A qué se debe su entrada en política?

—Desde hace tiempo hay cierta dejadez en el deporte municipal. Sí se ayuda con subvenciones, pero las instalaciones son viejas y están muy deterioradas, abandonadas. Por eso me animé a entrar en política. Siempre tuve claro que le debía algo a esta ciudad y por eso me presenté. Ferrol me dio mucho.

—¿El baloncesto le dio para vivir bien?

—Me permitió tener algunos ahorros, comprar una casa y tener una vida un poco más asentada. Sin embargo, cuando pensé que ya iba a resolver mi vida con un contrato indefinido, el OAR, que estuvo durante más de una década en la ACB, se fue al carajo en 1996. De haber seguido el club seguramente me hubiese arreglado la vida.

—¿Hoy sería usted titular en el Obradoiro?

—Habría que preguntárselo a Moncho Fernández (se ríe).

—Seguro que diría que sí.

—Seguramente me adaptaría al sistema y a la categoría. Yo creo que podría jugar en el baloncesto actual. Defendía bien y era regular en casi todo. Creo que podría entrar en los planes de Moncho Fernández (se ríe de nuevo).